El
remate y coronación de esa dictadura de los partidos sostenida por el ejército,
la Guardia Nacional y las diversas policías a lo largo de cuarenta años de era
democrática ha sido la
llamada “revolución
bolivariana, el socialismo del siglo XXI y la democracia protagónica”, en la que paradójicamente se reedita al
viejo caudillo militar y populista, en pleno siglo XXI. Esta vez no fue el
general o el caudillo militar que, encabezando una montonera o un golpe de
Estado victorioso, se proclama como el nuevo salvador de la Patria; ahora se
trató de un teniente coronel derrotado por la cúpula de un ejército corrupto,
que se erigió por vía electoral como el sucesor del Libertador.
A lo largo de la historia republicana de Venezuela, hemos visto
como la figura del caudillo –dictador o “democrático”- ha marcado en gran
medida el curso del acontecer político del país. No obstante, el derrocamiento,
renuncia, muerte o la mera sustitución de un mandatario por otro, en modo
alguno ha significado una ruptura con la línea trazada por las clases
dominantes que controlan y dirigen el Estado venezolano desde su nacimiento en
el siglo XVI. Los gobiernos pasan, pero el Estado queda. Lo anterior no niega
la importancia de hacer un balance histórico de las políticas que caracterizan
cada período, el cual permite demostrar cómo el desarrollo de la sociedad
venezolana -y su Estado- se corresponde con un proceso de permanente adecuación
a las exigencias del capitalismo mundial, desde la llegada de los europeos hace
más de 500 años.
Nosotros, fieles al materialismo en el análisis de los procesos
políticos, parafraseando a Marx (1) repetimos:“debemos
conocer cómo la lucha de clases creó en Venezuela, con las continuas derrotas
que le infringiera el capital y su Estado a los trabajadores, estudiantes,
campesinos, y clases medias a lo largo de cuarenta años, las circunstancias y
las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar
el papel de héroe”.
Al
margen de estas premisas, ante la muerte de Hugo Chávez –líder máximo de la
llamada revolución bolivariana- diversos sectores se
han pronunciado en torno a lo que llaman el “legado
de Chávez”. En este debate llama la atención que en el seno de
organizaciones y tendencias auto-proclamadas “revolucionarias”, de “izquierda”,
“utópicos”, “libertarios”, surgen voces que reivindican abiertamente y proponen
continuar el legado de Chávez. Esas
voces –lejos de presentar un balance- elevan alabanzas y reconocimientos al “comandante, al compita, al amigo,
líder de la revolución”, como si la muerte de Chávez les hubiese
producido una suerte de amnesia que les hizo olvidar las ejecutorias de un
gobierno que, a lo largo de catorce años, logró sumergir a Venezuela en la
crisis más profunda de toda su historia. Pareciera que muchos de los que se
adelantan al balance, necesario por demás, se olvidan de pronto hasta de sus
propias críticas y denuncias contra el “gobierno más neoliberal conocido en
la historia del país”, como ellos mismos lo caracterizaron en su
momento y en más de una ocasión.
Hacer
un balance creíble, incluso calificar un proceso como una revolución del signo que se quiera y a un gobernante
como un “líder
revolucionario del pueblo”, exige en primer lugar, analizar las
cifras, los hechos, y sobre todo los resultados concretos de la política
implementada en cada período, y en segundo lugar definir cuáles han sido las
clases y los sectores sociales que en definitiva se han beneficiado de dicho
proceso. En otras palabras, determinar a qué intereses de clase corresponde ese
gobierno y ese líder.
Por
nuestra parte, somos consecuentes con las posiciones ideológicas y políticas
que desde la década de los sesenta nos convocaron a la lucha contra el Estado
venezolano. Nos referimos a los principios comunistas, al reconocimiento de la
lucha de clases como el motor de la historia, al materialismo basado en la ciencia
como método de investigación de cualquier fenómeno. Es por ello que al analizar
la lucha política, recurrimos invariablemente a los hechos concretos, y de
igual manera al analizar el papel del individuo en la historia lo hacemos en
función de los intereses de clase que representa, poco importa que este
individuo se rasgue las vestiduras en nombre del pueblo, de los oprimidos, de
los explotados o de los trabajadores.
A lo largo de todos estos años hemos podido confirmar la
exactitud de aquella frase de Lenin: “los hombres
han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo
seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases,
declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses
de una u otra clase”
Esta frase cobra vigencia una vez más, ante las manifestaciones
plagadas de tinte religioso y moral desencadenadas por la muerte del señor
Chávez, hecho que en lo que a nosotros respecta, en modo alguno nos produjo
algo parecido a una reacción emocional. Así como hoy muchos lloran y lamentan
piadosamente la muerte del líder, nosotros nos solidarizamos con el dolor de
las familias de los 180.000 venezolanos, en su mayoría menores de 24 años, que
cayeron abatidos en las calles del país, y con los más de 800 mil que
resultaron heridos, algunos de ellos lisiados de por vida, como producto de una
política de abierto estímulo al delito y protección a la impunidad, que se
instituyó como política de Estado a la sombra de ese gobierno.
No olvidamos que la industria petrolera vendió en 14 años UN
BILLON DE DOLARES, más que todo lo vendido y recaudado por todos los gobiernos
de Venezuela desde 1830, pero hoy el país carga con una deuda cercana a los
200.000 millones de dólares, cuyo peso recaerá sobre las espaldas de los
trabajadores hasta finales de siglo.
No
olvidamos que quien habló de soberanía y nacionalismo terminó no solo entregando en propiedad los
yacimientos petroleros y mineros venezolanos al capital petrolero y minero
internacional a través de las empresas mixtas, sino que además hipotecó una
buena parte de la producción petrolera, de hierro y aluminio de Venezuela.
No
olvidamos que quien se llenó la boca hablando de seguridad
alimentaria y desarrollo agrícola, nos dejó dependiendo del
imperialismo en más del 80% de los alimentos que consumimos, y terminó
estimulando con nuestro capital la agricultura de EEUU, Brasil, Argentina,
Colombia y otros países.
No olvidamos que quien prometía la siembra
petrolera, repartió la
renta del trabajo de los obreros y trabajadores petroleros venezolanos, entre
las burocracias y gobiernos defensores del capital en casi toda América Latina.
No olvidamos que quien atacaba y denigraba de la oligarquía
y los banqueros, le
transfirió a la banca las mayores ganancias de toda su historia. Solo hasta el
2009 estos bancos parásitos y chupasangre acumulaban utilidades superiores a
los 28, 3 billones de los viejos o 28.300 millones de BsF.
No
olvidamos que en el mandato del antiimperialista-socialista del siglo XXI, se produjo la mayor fuga de
capitales de la historia del país. Solo desde la instauración del control de
cambio en el 2003 han salido de Venezuela 144,9 mil millones de dólares. Más
que todo el capital fugado desde 1925-1998.
No
olvidamos que quien prometía una “democracia
participativa y protagónica transfiriéndole poder al pueblo”,
militarizó al país colocando a la mercenaria y nefasta Guardia Nacional en la
vanguardia de la represión en Venezuela, disfrazada de Dispositivo Bicentenario
de Seguridad.
No olvidamos que quienes hoy usan como moneda de cambio la
memoria de los camaradas y compañeros asesinados y desaparecidos por el
ejército y las policías de la llamada IV República, son los continuadores
históricos de ese mismo Estado, y representantes de un gobierno que actualmente
reconoce, a través de sus órganos oficiales, que sus Policías, Ejército y
Guardias Nacionales han ejecutado a más de 12.000 venezolanos y venezolanas en
este periodo.
No olvidamos que quien se enarboló como defensor
de la clase obrera, fue el dirigente máximo de un gobierno que
extendió la tercerización laboral a través de las Misiones, cooperativas y
contratas tanto en el sector público como en el privado, congeló la
contratación colectiva, criminalizó la protesta, redujo el salario real de los
trabajadores, elevó la inflación a 1550% en 14 años, favoreció el sicariato
laboral, el paralelismo sindical, dividió a la clase obrera, implantó el
parasitismo de vivir del Estado sin trabajar, compitiendo deslealmente contra
el salario y estabilidad laboral de los trabajadores. Pero además no olvidamos
que este gobierno impulsó y consolidó el poder de una nueva casta de
privilegiados conocida como la boliburguesía.
No olvidamos que quien se reclamó socialista
y seguidor de Marx, fue un acérrimo promotor del nacionalismo y el
patrioterismo, y auspició como nadie desde el Estado, la difusión de la
religión y el oscurantismo en sus más diversas manifestaciones. Hasta el punto
de que sus herederos políticos pretenden convertirlo en el nuevo dios de la
religión del Estado venezolano, y ellos en los sumos sacerdotes del templo.
No olvidamos que hasta 1998 teníamos la infraestructura
eléctrica más moderna de Venezuela y una de las mejores del mundo, construida a
lo largo de cien años de trabajo obrero, y que esta fue literalmente despedazada
por la camarilla militar y tecnócrata que dirigió el sistema eléctrico de
Venezuela. Hoy los apagones y cortes de luz, la vuelta a las viejas plantas
termoeléctricas de hace sesenta años, en pueblos y ciudades, son una buena
metáfora de la vuelta a la oscuridad y al atraso al que nos condujo el actual
gobierno.
No
olvidamos la insolencia de un gobierno que hizo de los Derechos
Humanos y la lucha contra la impunidad la base de una descomunal propaganda
mediática, para ocultar la sistemática violación de los derechos fundamentales
a los más humildes. Solo hasta el primer trimestre del 2009 -cuando la Fiscalía
General de la República presentó sus últimas estadísticas- los cuerpos
represivos del Estado habían cometido “oficialmente” más de 52.000 violaciones
a los DDHH, y para el 2012 andaban libremente en la calle más de 130.000
homicidas -el 20 % funcionarios policiales activos- que no habían sido
detenidos. Muchos de ellos asesinos sin rostro para la población, pero bien
conocidos e identificados en los medios policiales.
No olvidamos al gobierno que promulgó la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela en cuyo preámbulo invocó “el
heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes”, pero
que en pleno siglo XXI persiguió, criminalizó y enjuició al Cacique Yukpa Sabino
Romero Izarra, no conforme con ello ahora asistimos a la burla y al cinismo del
Ministerio Público y los llamados cuerpos de investigación que ya preparan la
escena para que el asesinato de Sabino quede impune. Así mismo este gobierno
abre un juicio militar al Cacique Pemón Alexis Romero, cuya suerte podría ser
la misma del Cacique Yukpa.
En
conclusión, a la hora de hacer un balance para rescatar la memoria histórica,
pero sobre todo para avanzar en la lucha contra la dominación y a favor de los
intereses de los oprimidos, hay elementos fundamentales que no pueden obviarse.
Desde este espacio hacemos un llamado a materializar la consigna PROHIBIDO OLVIDAR, subrayando que lo
primero que tenemos que recordar y analizar son estos hechos recientes, estas
cifras oficiales, estas historias frescas, cuyos protagonistas y víctimas se
encuentran entre nosotros.
Las
consecuencias de las políticas implementadas –en todos los órdenes- por este
gobierno no solo la padecen las generaciones actuales de venezolanos, también
terminarán padeciéndolas varias generaciones futuras de hombres y mujeres de
este país. Negar, tergiversar y encubrir estas realidades nos convierte en
cómplices, de nada valdrán luego las rectificaciones teóricas cuando en los
hechos se ha actuado a favor de justificar el dominio y los intereses de las
clases dominantes.
GRUPO DE ESTUDIO JESÚS ALBERTO MÁRQUEZ FINOL, “ MOTILON”
Marzo, 2013.
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