sábado, 23 de marzo de 2013

Recuerdos del futuro. El legado de Hugo Chávez

En memoria de Jesús Alberto Marquez Finol ”Motilon”

La historia mundial, y en particular de América Latina, está llena de caudillos civiles y militares, que movilizaron –y movilizan- masas campesinas, obreras y de la pequeña burguesía, prometiendo cambios y revoluciones en beneficio de esas clases en las cuales se apoyaron y se siguen apoyando. Todos estos procesos muestran, por un lado, la consolidación o reorganización del Estado de los opresores para garantizar la permanencia en el poder político de la minoría propietaria; y por el otro la frustración de las masas movilizadas, manipuladas y engañadas para alcanzar estos fines. De ahí que los aborígenes de Venezuela no salvaron su alma, pero si perdieron su vida cuando llegó el naciente capitalismo mercantil europeo con la promesa del paraíso. Los negros e indios que murieron por miles en la Guerra de Independencia no obtuvieron ni la libertad, ni la igualdad, ni la democracia prometida en 1810, hasta el punto que ni siquiera lograron el derecho al voto. Al final de la Guerra Federal los campesinos que pelearon no fueron hombres libres, ni dueños de la tierra, solo ganaron el derecho a votar por el verdugo conservador o liberal que les oprimiría y explotaría desde la presidencia. Los obreros, estudiantes y clases medias llamadas a la conquista de la democracia y a la siembra del petróleo, terminaron siendo sometidos por un siglo de dictaduras, que se cerró con la dictadura de la socialdemocracia ADECO COPEYANA.

El remate y coronación de esa dictadura de los partidos sostenida por el ejército, la Guardia Nacional y las diversas policías a lo largo de cuarenta años de era democrática ha sido la llamada “revolución bolivariana, el socialismo del siglo XXI y la democracia protagónica”, en la que paradójicamente se reedita al viejo caudillo militar y populista, en pleno siglo XXI. Esta vez no fue el general o el caudillo militar que, encabezando una montonera o un golpe de Estado victorioso, se proclama como el nuevo salvador de la Patria; ahora se trató de un teniente coronel derrotado por la cúpula de un ejército corrupto, que se erigió por vía electoral como el sucesor del Libertador.

A lo largo de la historia republicana de Venezuela, hemos visto como la figura del caudillo –dictador o “democrático”- ha marcado en gran medida el curso del acontecer político del país. No obstante, el derrocamiento, renuncia, muerte o la mera sustitución de un mandatario por otro, en modo alguno ha significado una ruptura con la línea trazada por las clases dominantes que controlan y dirigen el Estado venezolano desde su nacimiento en el siglo XVI. Los gobiernos pasan, pero el Estado queda. Lo anterior no niega la importancia de hacer un balance histórico de las políticas que caracterizan cada período, el cual permite demostrar cómo el desarrollo de la sociedad venezolana -y su Estado- se corresponde con un proceso de permanente adecuación a las exigencias del capitalismo mundial, desde la llegada de los europeos hace más de 500 años.

Nosotros, fieles al materialismo en el análisis de los procesos políticos, parafraseando a Marx (1) repetimos:“debemos conocer cómo la lucha de clases creó en Venezuela, con las continuas derrotas que le infringiera el capital y su Estado a los trabajadores, estudiantes, campesinos, y clases medias a lo largo de cuarenta años, las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”.

Al margen de estas premisas, ante la muerte de Hugo Chávez –líder máximo de la llamada revolución bolivariana- diversos sectores se han pronunciado en torno a lo que llaman el “legado de Chávez”. En este debate llama la atención que en el seno de organizaciones y tendencias auto-proclamadas “revolucionarias”, de “izquierda”, “utópicos”, “libertarios”, surgen voces que reivindican abiertamente y proponen continuar el legado de Chávez. Esas voces –lejos de presentar un balance- elevan alabanzas y reconocimientos al “comandante, al compita, al amigo, líder de la revolución”, como si la muerte de Chávez les hubiese producido una suerte de amnesia que les hizo olvidar las ejecutorias de un gobierno que, a lo largo de catorce años, logró sumergir a Venezuela en la crisis más profunda de toda su historia. Pareciera que muchos de los que se adelantan al balance, necesario por demás, se olvidan de pronto hasta de sus propias críticas y denuncias contra el “gobierno más neoliberal conocido en la historia del país”, como ellos mismos lo caracterizaron en su momento y en más de una ocasión.

Hacer un balance creíble, incluso calificar un proceso como una revolución del signo que se quiera y a un gobernante como un “líder revolucionario del pueblo”, exige en primer lugar, analizar las cifras, los hechos, y sobre todo los resultados concretos de la política implementada en cada período, y en segundo lugar definir cuáles han sido las clases y los sectores sociales que en definitiva se han beneficiado de dicho proceso. En otras palabras, determinar a qué intereses de clase corresponde ese gobierno y ese líder.

Por nuestra parte, somos consecuentes con las posiciones ideológicas y políticas que desde la década de los sesenta nos convocaron a la lucha contra el Estado venezolano. Nos referimos a los principios comunistas, al reconocimiento de la lucha de clases como el motor de la historia, al materialismo basado en la ciencia como método de investigación de cualquier fenómeno. Es por ello que al analizar la lucha política, recurrimos invariablemente a los hechos concretos, y de igual manera al analizar el papel del individuo en la historia lo hacemos en función de los intereses de clase que representa, poco importa que este individuo se rasgue las vestiduras en nombre del pueblo, de los oprimidos, de los explotados o de los trabajadores.

A lo largo de todos estos años hemos podido confirmar la exactitud de aquella frase de Lenin: “los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”

Esta frase cobra vigencia una vez más, ante las manifestaciones plagadas de tinte religioso y moral desencadenadas por la muerte del señor Chávez, hecho que en lo que a nosotros respecta, en modo alguno nos produjo algo parecido a una reacción emocional. Así como hoy muchos lloran y lamentan piadosamente la muerte del líder, nosotros nos solidarizamos con el dolor de las familias de los 180.000 venezolanos, en su mayoría menores de 24 años, que cayeron abatidos en las calles del país, y con los más de 800 mil que resultaron heridos, algunos de ellos lisiados de por vida, como producto de una política de abierto estímulo al delito y protección a la impunidad, que se instituyó como política de Estado a la sombra de ese gobierno.

No olvidamos que la industria petrolera vendió en 14 años UN BILLON DE DOLARES, más que todo lo vendido y recaudado por todos los gobiernos de Venezuela desde 1830, pero hoy el país carga con una deuda cercana a los 200.000 millones de dólares, cuyo peso recaerá sobre las espaldas de los trabajadores hasta finales de siglo.

No olvidamos que quien habló de soberanía y nacionalismo terminó no solo entregando en propiedad los yacimientos petroleros y mineros venezolanos al capital petrolero y minero internacional a través de las empresas mixtas, sino que además hipotecó una buena parte de la producción petrolera, de hierro y aluminio de Venezuela.

No olvidamos que quien se llenó la boca hablando de seguridad alimentaria y desarrollo agrícola, nos dejó dependiendo del imperialismo en más del 80% de los alimentos que consumimos, y terminó estimulando con nuestro capital la agricultura de EEUU, Brasil, Argentina, Colombia y otros países.

No olvidamos que quien prometía la siembra petrolera, repartió la renta del trabajo de los obreros y trabajadores petroleros venezolanos, entre las burocracias y gobiernos defensores del capital en casi toda América Latina.

No olvidamos que quien atacaba y denigraba de la oligarquía y los banqueros, le transfirió a la banca las mayores ganancias de toda su historia. Solo hasta el 2009 estos bancos parásitos y chupasangre acumulaban utilidades superiores a los 28, 3 billones de los viejos o 28.300 millones de BsF.

No olvidamos que en el mandato del antiimperialista-socialista del siglo XXI, se produjo la mayor fuga de capitales de la historia del país. Solo desde la instauración del control de cambio en el 2003 han salido de Venezuela 144,9 mil millones de dólares. Más que todo el capital fugado desde 1925-1998.

No olvidamos que quien prometía una “democracia participativa y protagónica transfiriéndole poder al pueblo”, militarizó al país colocando a la mercenaria y nefasta Guardia Nacional en la vanguardia de la represión en Venezuela, disfrazada de Dispositivo Bicentenario de Seguridad.

No olvidamos que quienes hoy usan como moneda de cambio la memoria de los camaradas y compañeros asesinados y desaparecidos por el ejército y las policías de la llamada IV República, son los continuadores históricos de ese mismo Estado, y representantes de un gobierno que actualmente reconoce, a través de sus órganos oficiales, que sus Policías, Ejército y Guardias Nacionales han ejecutado a más de 12.000 venezolanos y venezolanas en este periodo.

No olvidamos que quien se enarboló como defensor de la clase obrera, fue el dirigente máximo de un gobierno que extendió la tercerización laboral a través de las Misiones, cooperativas y contratas tanto en el sector público como en el privado, congeló la contratación colectiva, criminalizó la protesta, redujo el salario real de los trabajadores, elevó la inflación a 1550% en 14 años, favoreció el sicariato laboral, el paralelismo sindical, dividió a la clase obrera, implantó el parasitismo de vivir del Estado sin trabajar, compitiendo deslealmente contra el salario y estabilidad laboral de los trabajadores. Pero además no olvidamos que este gobierno impulsó y consolidó el poder de una nueva casta de privilegiados conocida como la boliburguesía.

No olvidamos que quien se reclamó socialista y seguidor de Marx, fue un acérrimo promotor del nacionalismo y el patrioterismo, y auspició como nadie desde el Estado, la difusión de la religión y el oscurantismo en sus más diversas manifestaciones. Hasta el punto de que sus herederos políticos pretenden convertirlo en el nuevo dios de la religión del Estado venezolano, y ellos en los sumos sacerdotes del templo.

No olvidamos que hasta 1998 teníamos la infraestructura eléctrica más moderna de Venezuela y una de las mejores del mundo, construida a lo largo de cien años de trabajo obrero, y que esta fue literalmente despedazada por la camarilla militar y tecnócrata que dirigió el sistema eléctrico de Venezuela. Hoy los apagones y cortes de luz, la vuelta a las viejas plantas termoeléctricas de hace sesenta años, en pueblos y ciudades, son una buena metáfora de la vuelta a la oscuridad y al atraso al que nos condujo el actual gobierno.

No olvidamos la insolencia de un gobierno que hizo de los Derechos Humanos y la lucha contra la impunidad la base de una descomunal propaganda mediática, para ocultar la sistemática violación de los derechos fundamentales a los más humildes. Solo hasta el primer trimestre del 2009 -cuando la Fiscalía General de la República presentó sus últimas estadísticas- los cuerpos represivos del Estado habían cometido “oficialmente” más de 52.000 violaciones a los DDHH, y para el 2012 andaban libremente en la calle más de 130.000 homicidas -el 20 % funcionarios policiales activos- que no habían sido detenidos. Muchos de ellos asesinos sin rostro para la población, pero bien conocidos e identificados en los medios policiales.

No olvidamos al gobierno que promulgó la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en cuyo preámbulo invocó “el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes”, pero que en pleno siglo XXI persiguió, criminalizó y enjuició al Cacique Yukpa Sabino Romero Izarra, no conforme con ello ahora asistimos a la burla y al cinismo del Ministerio Público y los llamados cuerpos de investigación que ya preparan la escena para que el asesinato de Sabino quede impune. Así mismo este gobierno abre un juicio militar al Cacique Pemón Alexis Romero, cuya suerte podría ser la misma del Cacique Yukpa.

En conclusión, a la hora de hacer un balance para rescatar la memoria histórica, pero sobre todo para avanzar en la lucha contra la dominación y a favor de los intereses de los oprimidos, hay elementos fundamentales que no pueden obviarse. Desde este espacio hacemos un llamado a materializar la consigna PROHIBIDO OLVIDAR, subrayando que lo primero que tenemos que recordar y analizar son estos hechos recientes, estas cifras oficiales, estas historias frescas, cuyos protagonistas y víctimas se encuentran entre nosotros.

Las consecuencias de las políticas implementadas –en todos los órdenes- por este gobierno no solo la padecen las generaciones actuales de venezolanos, también terminarán padeciéndolas varias generaciones futuras de hombres y mujeres de este país. Negar, tergiversar y encubrir estas realidades nos convierte en cómplices, de nada valdrán luego las rectificaciones teóricas cuando en los hechos se ha actuado a favor de justificar el dominio y los intereses de las clases dominantes.

GRUPO DE ESTUDIO JESÚS ALBERTO MÁRQUEZ FINOL, “ MOTILON”
Marzo, 2013.


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