El presente trabajo es una serie de
reportajes sobre casos del Comité de Víctimas Contra la Impunidad del estado
Lara (COVICIL), un colectivo de base que surgió en 2004 en la entidad
crepuscular en respuesta la andanada de crímenes y abusos policiales bajo el
mandato del ex gobernador Luis Reyes Reyes (2000-2008) y del comandante Jesús
Armando Rodríguez Figuera al frente de las FAP Lara. He aquí la introducción al mismo.
Para continuar leyendo, cliquear en el link al final del mismo.
Prólogo
Se me ha preguntado en varias
ocasiones el porqué decidí escribir sobre estos temas. Con el pasar de los
días hasta yo me he cuestionado, interrogándome acerca de las razones por las
cuales tomé la decisión de vincularme a estas historias y, de forma
particularmente especial, a estas personas. Qué me llevó hasta ellos,
de dónde surgió el interés, las ganas, de dónde provino esa voluntad de
aproximarme a un tema que para muchos es “serio” y para otros oscuro,
profundo, complejo y hasta peligroso.
Al tiempo que me hago estas
preguntas, sin encontrar respuesta aparente, otras vienen a mi mente. Oigo
esas voces que me cuentan y relatan historias que a muchos les cuesta creer,
y que otros tantos deciden simplemente ni intentarlo. Voces que de momento se
quiebran y parece que se ahogan. Me pregunto: por qué a estas personas les
tocó vivir esto, por qué tanta tragedia, por qué no hallan respuesta alguna,
por qué tanta indiferencia.
Pienso –sobre todo- en esos
nombres, los protagonistas de esas historias: José Luis, Argenis, Legnys,
Juan Carlos, María de los Ángeles, Esteban Javier, Katherine, José Félix,
Elpídio, Javier, Rafael, Ricardo, Luis, y tantos otros y otros y otros.
Pienso en ellos y reflexiono:
siento que no son sólo nombres. Que esos nombres tenían rostros, que eran
personas, que tenían vidas. Me pregunto si sería correcto que yo escribiera
sobre ellos, sobre sus vidas. Para algunos quizá sería mejor si no lo hiciera,
si dejara de remover viejas heridas; heridas viejas, pero aún abiertas, y les
ahorrara a todos la incomodidad, el desconsuelo y la melancolía.
De esta forma todos podrán
seguir disfrutando de sus vidas, felices, al menos en apariencia, pensando
que todo está bien, que están seguros, protegidos y que esas historias que yo
y otros pocos hemos oído son sólo eso, historias.
Quizás. Quizás ni yo mismo
encuentre respuestas. Pero de algo estoy seguro: y es de que tengo la certeza
que cuando despertemos será muy tarde ya. Las vidas de cientos y cientos de
personas, como esas, como tú, como yo y como las del resto, habrán terminado.
Personas que -seguramente- quisieron vivir plenamente, reír, disfrutar,
crecer, estudiar, trabajar, amar, tener familia, hijos, verles crecer,
construir.
Algo me dice que no podremos
hacerlo, digo, vivir tranquilamente hasta que no atendamos a esas voces,
hasta tanto no les procuremos respeto, consideración, solidaridad,
sensibilidad.
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