Rafael Uzcátegui
Como ya es parte de
nuestra historia contemporánea, durante el intento de Golpe de Estado ocurrido
el 27 de noviembre de 1992, un total de 63 internos del Retén de Catia fueron
asesinados por efectivos de la Guardia Nacional y la Policía Metropolitana. Según
información recopilada por COFAVIC “Los guardias abrieron las puertas del
recinto carcelario y anunciaron que la población penal estaba en libertad. La
confusión se adueñó del recinto penitenciario. La mayoría de los internos
afirmó que se recluyó en sus celdas, para resguardar su vida. Los órganos de
seguridad dispararon indiscriminadamente en contra de la población reclusa
utilizando armas de fuego y gases lacrimógenos. La mayoría de las muertes se
produjeron en el patio de la prisión y en las orillas del río Guaire por donde
fueron arrastrados los cuerpos sin vida de muchos internos”.
Si bien aquello
conmocionó a la opinión pública, y derivó en el cierre definitivo del recinto
penitenciario, dentro del país la omisión de los órganos de administración de
justicia mantuvo la impunidad en los hechos. El caso tuvo que ser llevado ante
el Sistema Interamericano de protección a los Derechos Humanos para intentar
alcanzar justicia. Fue así como el 5 de julio de 2006 la Corte Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH) dictaba una sentencia que otorgaba al Estado la
responsabilidad de los sucesos del Retén de Catia, establecía las reparaciones
pecuniarias, y señalaba la obligación del Estado venezolano de investigar los
hechos y mejorar la situación general de las cárceles en el país. Hasta el día
de hoy, esta sentencia se ha incumplido.
Sin embargo, los
medios oficiales venían informando sobre los “avances” en la investigación del
caso. Tres hechos resaltan de las notas periodísticas del periodismo
bolivariano, como por ejemplo la publicada por YVKE Mundial en http://www.radiomundial.com.ve/node/151521.
Una es que para la Fiscalía y diputados del PSUV, las responsabilidades no sólo
se limitarían a los funcionarios que abrieron fuego, sino que incluyen al ex
presidente Carlos Andrés Pérez, al entonces gobernador del Distrito Federal
Antonio Ledezma, al director del penal Eloy Mora y al comandante de la Policía
Metropolitana, general José Barrios. El segundo elemento, que llama la
atención, es que la historiografía bolivariana ha borrado la participación de
la Guardia Nacional en los hechos. Por último, el detalle que los diputados
oficialistas reivindican la sentencia de la CIDH y exigen su cumplimiento.
Lo que es igual no es
trampa. Si uno se guía por la lógica judicial que inspira las acciones contra
la Masacre en el Retén de Catia, similares decisiones deberían tomarse en la
reciente Masacre de Uribana, en donde según la versión oficial hay 56 muertos,
pero recientemente el Observatorio Venezolano de Prisiones ha contabilizado su
número en 63, precisamente la misma cantidad que el crimen de hace 21 años
atrás. Una segunda coincidencia, para decirlo elegantemente, es que en ambas
masacres participó la Guardia Nacional, hoy Bolivariana. Si es cierto que
existe voluntad política de aclarar y castigar los hechos por parte del actual
Ejecutivo Nacional, como lo han hecho para el Retén de Catia, las
responsabilidades abarcarían al presidente Hugo Chávez (o en su defecto a
Nicolás Maduro), la ministra de Asuntos Penitenciarios Iris Varela, el director
de la cárcel Nelson Bracca y la línea de mando de la Guardia Nacional
Bolivariana.
En su reciente
informe “15 años de DDHH en Venezuela: Inclusión en lo social, exclusión en lopolítico”, Provea realizó un balance de las políticas dirigidas al sector
penitenciario. De 1997 al año 2011 fueron asesinadas en las cárceles
venezolanas un total de 5.862 personas privadas de libertad. En ese mismo lapso
resultaron heridos 17.725 reos. Las cifras son más que elocuentes del fracaso
de las políticas públicas en materia penitenciaria. Es cierto que la violencia
dentro de las cárceles no fue generada por la administración bolivariana, pero
también es verdad que la misma se ha mantenido y agudizado exponencialmente
durante su gestión. La ineficacia de la llamada “humanización penitenciaria”
debería motivar la renuncia de la ministra Varela, quien no cuenta con las
herramientas necesarias para revertir las problemáticas a las que se enfrenta.
El presidente Chávez tiene la potestad de colocar a otro funcionario o
funcionaria de su confianza en el cargo, con la disposición y los conocimientos
necesarios para abordar la dura y compleja situación de las cárceles
venezolanas. Es muy mala señal que la violación del derecho a la vida de 56
personas, para tomar el mínimo reconocido por las cifras oficiales, no genere
ningún tipo de sanción sino el espaldarazo de todo el tren ministerial
gubernamental. Parecería que la única causa de despido en tiempos bolivarianos
es la infidelidad política. Uno quisiera pedir “Catia o Uribana nunca más”,
pero manteniendo a Iris Varela en el cargo, es imposible conjugar esta frase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario